lunes, 2 de noviembre de 2009

La Autocensura Televisiva: Una Obligación Moral

Si nos atenemos al valor semántico de la palabra censura (muy antipática para muchos), veremos que este vocablo se puede explicar mejor y con más acierto para no tenerle miedo, si nos respaldamos en la fuerza moral que conlleva más que la sancionable. Porque es la fuerza moral que nutre la conciencia de los hombres en su contexto espiritual y reflexivo, realidad que nos acerca más a considerarla como el acto de comprobar, de cotejar y de revisar o criticar lo que uno mismo hace con sus actos y sus ideas. Esto es si va con la ley del Estado y con los preceptos éticos y morales de la sociedad en la cual vivimos. Incluso, si va con la ley de la naturaleza humana.

El autocontrol, no es sinónimo de tacha ni de prohibición. Es ante todo un acto reflexivo y pensante de la conciencia del ser hombre, que no viene de afuera sino de la interioridad de uno mismo. O sea, de ese sentimiento interior por el cual el ser humano valora y aprecia sus propios actos. ¿Por qué? Simplemente, porque nuestra conciencia es nuestro propio juez, nuestro propio arbitro, que regula sin vasallaje ni sumisión lo que uno mismo hace en libertad y no por la fuerza de las leyes externas.

Todo esto que nos lleve a comprender mejor, que uno mismo debe ser su juez natural, su propio censor. Y más aún, su más severo crítico para obrar con prudencia, equidad y justicia antes que las sanciones provengan de las leyes soberanas del Estado.

Para comprender mejor estas reflexiones se necesita capacidad y luz en el cerebro, para saber distinguir cuándo se obra mal y cuándo bien. El resultado será fruto del talento, de la razón y esto es lo que no tienen los que se dedican a vivir del negocio de la indecencia pública. Pero que si saben cobijarse bajo la sombra protectora de la libertad de prensa, si advertir que lo que están haciendo es depravación masiva propia de los envilecidos inmorales, con mentes grasosas donde sólo se pegan las excrecencias y las inmundicias.

Si esto no es así, preguntémonos, entonces: a quién beneficia, a quiénes educa o culturizan las figuras de prostitutas que exhiben su cuerpo desnudo para el comercio carnal? A nadie más que a los pornógrafos, proxenetas, que buscan en las noches alcoholizadas, a las colchoneras para las fotos de portadas y de páginas interiores de las publicaciones que dirigen. Esto no es hacer periodismo. Sería una ofensa y hasta una injuria si así lo fuera, sería una conversión de la profesión periodística en una herejía. Y eso es lo que deben defender hombres de la prensa honesta, por convicción y reclamo de la sociedad que se ve ofendida permanentemente con imágenes erotizantes. Razón más que suficiente para negar que la pornografía pública no es periodismo ni prensa escrita, mucho más si la comparamos con las cosas que producen repulsión, aunque a sus directores o propietarios los beneficie.

Por otro lado debemos saber que los violadores de menores, antes del rapto, ya llevan grabada en el subconsciente la imagen de la mujer (modelo) contemplada y deseada en las portadas de los impresos en los puestos de venta y en las pantallas. Y esto es así porque una niña de pocos años no excita ni insita; solamente para el violador representa a la mujer que duerme graficada en su memoria. Sobre ellos descargan su sexualidad y las gozan mentalmente aunque en la realidad, lo esté haciendo con un cuerpo ajeno de carne y hueso, existente en su memoria solamente.

Todos los violadores de menores están morbotizados por las publicaciones que se ventilan en los cordeles de venta pública y en la televisión, porque antes del rapto, ya tienen en su imaginación el patrón de mujer para satisfacer mejor sus bajos instintos. Por eso atacan y por eso violan a personas menores de edad. Pero como las víctimas lloran y gritan, tratan de silenciarlas asfixiándolas hasta su muerte, para volver, luego, a practicar la pedofilia en la complicidad del silencio.

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