jueves, 21 de enero de 2010

La Generación Televisiva

Desde que en 1936 la BBC de Londres transmitiera las primeras imágenes por televisión, ésta, la televisión, ha recorrido el tiempo y las distancias tanto del cielo y de la Tierra, con la misma velocidad de las hondas electromagnéticas. De tal forma, se ha ido posesionando de las masas, paso a paso, sin proponérselo, hasta llegar a impulsar al mundo a la diversión, de la brevedad de la vida y del desprecio ético y moral, hasta convertir a la persona humana en un simple objeto de transacción y de manipulación, en idólatra, fanático y pagano, sin fe en sus destinos y horizontes elevados, si no en la brevedad del placer de los sentidos. Ahora y no mañana.

Al decir esto sobre la televisión, como más adelante seguiremos añadiendo, no queremos pedir o sugerir que ella desaparezca. Eso sería como pedir la abolición de la medicina por que se muere un enfermo en el hospital. NO absolutamente no. La televisión es el invento más maravilloso e importante que ha imaginado el hombre. Si no porque ha caído en manos de los comerciantes fenicios que adoran más al Dios de oro y plata que al mismo Dios verdadero. Ergo, porque se ha posesionado, por intermedio de la deshonesta publicidad comercial, con la cual a manera de revolver con grandes cucharetas el sedimento de la resaca humana, para propagarlo en el mercado de las ferias o en los escenarios que la misma pantalla señala, a fuerza de repetir las imágenes en movimientos himeneos hasta la perturbación colectiva . Todo orientado al mundo de la diversión y pasar el tiempo en el roce de los sentidos.

En este campo, la televisión no valora ni respeta al ser humano. Por eso hoy solo tenemos una cultura televisiva totalmente sexista. La cultura idólatra que adora ídolos fabricados por la misma televisión, afueras de la efectividad de la moderna publicidad psicológica que sostiene que el auditorio más rentable está en las pantallas. Por tanto, el mensaje debe ir hacia el televidente que está en todas partes, emocionarlo hasta convencerlo. Hasta hacerlo sujeto seguidor de marcas, de modas y costumbres por imitación y no por convicción ni credibilidad.

lunes, 4 de enero de 2010

El Amor

“Después de la creación de la vida, lo más importante es cultivar la vida”

Así reza el más sabio de los proverbios que Dios le ha dado a la humanidad.

¿Y cómo se cultiva la vida? CON AMOR Y NADA MAS QUE CON AMOR; porque los seres humanos hemos nacido de él, precisamente, para amar y no para odiar.

Si a cada vida humana que nace al mundo la cultiváramos inmersa en la paz del amor fraterno, al calor cercano de la familia unida, entrelazada por el cariño y el afecto, como la mejor manera de demostrar que así se cultiva la vida para darle más años a ella misma, andaríamos todos, tal vez, cogidos de las manos para ayudarnos a levantar antes que nuestras rodillas toquen el suelo por algún tropezón en el duro camino que nos depara el destino. Y así, amorosamente cogidos seguir el sendero de nuestros destinos. Amándonos. Cultivando la cultura de la paz y de la fraternidad.

Pero si en vez de hacer esto, comenzamos enseñándoles a nuestros hijos a manejar armas de fuego, y no corregir las malas costumbres, aprendidas en la sordidez de las calles no habrá nunca paz ni amor en ninguna parte del mundo.

Esta visión, desafortunadamente, ya la estamos viendo con nuestros ojos de hoy; donde por la magia de la televisión, que ha convertido al mundo en un vertedero, en donde arrojar lo que más se semeja al polvo y la basura que recogen las escobas cuando barren las calles y muladares de la ciudad.

Volviendo al amor, no olvidemos nunca al ruiseñor que trina sus mejores cantos, aunque crujan las ramas, porque está seguro de sus alas y la dulzura de sus trinos, y su amor a la vida.

Pues, entonces, ¿por qué los seres humanos no vivimos así, amando la vida en vez de odiarnos? Si así lo hiciéramos, estamos seguros que podríamos mirar con alegría la redondez del mundo, desde cualquier altura de nuestras edades. Y no como ahora que lo vemos cuadrado, en las sucias pantallas de la televisión poblada de manadas humanas sin diálogo y sin destino.