“Después de la creación de la vida, lo más importante es cultivar la vida”
Así reza el más sabio de los proverbios que Dios le ha dado a la humanidad.
¿Y cómo se cultiva la vida? CON AMOR Y NADA MAS QUE CON AMOR; porque los seres humanos hemos nacido de él, precisamente, para amar y no para odiar.
Si a cada vida humana que nace al mundo la cultiváramos inmersa en la paz del amor fraterno, al calor cercano de la familia unida, entrelazada por el cariño y el afecto, como la mejor manera de demostrar que así se cultiva la vida para darle más años a ella misma, andaríamos todos, tal vez, cogidos de las manos para ayudarnos a levantar antes que nuestras rodillas toquen el suelo por algún tropezón en el duro camino que nos depara el destino. Y así, amorosamente cogidos seguir el sendero de nuestros destinos. Amándonos. Cultivando la cultura de la paz y de la fraternidad.
Pero si en vez de hacer esto, comenzamos enseñándoles a nuestros hijos a manejar armas de fuego, y no corregir las malas costumbres, aprendidas en la sordidez de las calles no habrá nunca paz ni amor en ninguna parte del mundo.
Esta visión, desafortunadamente, ya la estamos viendo con nuestros ojos de hoy; donde por la magia de la televisión, que ha convertido al mundo en un vertedero, en donde arrojar lo que más se semeja al polvo y la basura que recogen las escobas cuando barren las calles y muladares de la ciudad.
Volviendo al amor, no olvidemos nunca al ruiseñor que trina sus mejores cantos, aunque crujan las ramas, porque está seguro de sus alas y la dulzura de sus trinos, y su amor a la vida.
Pues, entonces, ¿por qué los seres humanos no vivimos así, amando la vida en vez de odiarnos? Si así lo hiciéramos, estamos seguros que podríamos mirar con alegría la redondez del mundo, desde cualquier altura de nuestras edades. Y no como ahora que lo vemos cuadrado, en las sucias pantallas de la televisión poblada de manadas humanas sin diálogo y sin destino.
lunes, 4 de enero de 2010
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