miércoles, 9 de diciembre de 2009

Propaganda Política y Opinión Pública

En el terreno de la opinión pública han hecho su aparición el acoso y la violencia que más fomentan pasiones y enemistades, que sentimientos de calma, más apetitos de ofensa y de venganza que de cordura. Más rechazo que aceptación.

Para la opinión pública lo que está pasando con la propaganda política en nuestro medio, va más allá de los modos, hechos y costumbres que el hombre observa para sí y colectivamente. A tal grado de libertinaje que hoy la libertad para elegir, o sea para escoger al mejor, se encuentra violentada y acorralada por una descomunal masa de propaganda que la presiona y aturde.

Hacer propaganda política es totalmente lícito, pero hacer uso excesivo de la falta de respeto, que por derecho natural se merece el pueblo, no está permitido por las buenas maneras o sanas costumbres que todos sabemos observar.

Hoy se practica la propaganda belicosa y el ataque artero; el embuste y el engaño, para crear falsas expectativas e ilusionarias esperanzas. Se crea el temor y el pánico con falsas noticias; se desinforma para confundir, se incita a los grupos laborales para fomentar desórdenes callejeros. Se miente y se engaña sin el menor rubor. Se avasalla inclementemente a la opinión pública.

Se emplea a la televisión para mostrar en colores los aspectos más extremos de la pobreza como si ésta fuera un producto de consumo popular; la radio para difundir todo lo que es dañino para el régimen; los periódicos para poner en blanco y negro las noticias más alarmantes en fotos y palabras. Las revistas que por su alto precio no llegan a la multitud, presentan composiciones fotográficas en sus portadas, con las ofensas más indignantes.

Se seleccionan a los personajes más contrarios al gobierno para que hagan la orgía del desprestigio. De esto el pueblo está harto y aburrido de tanta masa propagandística, que se lo proyecta sin respeto ni medida alguna. Si conectamos la TV, ¡zas! aparecen uno detrás de otro a una hamaca parlamentaria. Otros con un cuajo que desespera pregonando la salvación del país. Los más que van a hacer realidad los sueños de todos los peruanos. “Ese es mi problema” dice el caporal de todos ellos.

Si conectamos la radio, también están allí entonando canciones y sonsonetes; si se abre las páginas de los diarios, están igualmente ahí con la mejor foto y la concebida risita de medio diente. Otros, muchos y languidecientes de orfandad, pero están. Para la opinión pública que es el concepto que cada uno de nosotros tenemos de algún hecho o personaje, la propaganda política ha molestado demasiado al pueblo, llevándolo hasta los límites de la indignación. A tal punto, que los más publicitados van a ser rechazados por el voto popular, como respuesta a la ofensa y a la falta de respeto con que se le ha tratado, a fuerza de quererle embutir un candidato que de política no sabe nada y menos aún de los problemas del Perú. El votante sabe a ciencia cierta que el candidato sólo va a ser un instrumento de los políticos cazurros que se cubren el rostro para que el voto popular no los vuelva a rechazar como lo hizo ayer.

¿Cómo puede el pueblo elegir a alguien que le dice que va a hacer tortillas sin romper huevos; que va a remecer la casa desde sus cimientos sin que se caiga una viga o un adoquín sobre la cabeza de los que allí viven? Farsa, pedantería y fanfarronada. Ignorancia absoluta del arte de gobernar. El pueblo no es un ente expectante ni menos resignado al abuso. Lo fue, sí. Ahora piensa, razona y actúa unido. Castiga fuerte a quien lo embauca con falsas promesas.

Sabe, por ejemplo, que en las próximas elecciones, todos aquellos que se auto-elogian y piden el voto para su otro yo, el número dicho con las mayores vaciedades, pero con desparpajo, no serán los elegidos porque el elector intuye que no va a elegir a una nueva promoción de lactantes que sólo busca una dormidera en el parlamento.

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